17/1/09

La partida de Toto

Lo estaba criando, ¿recuerdas? Me habían en­cargado un oso hormiguero de no más de un metro de altura para poder venderlo. Ya estaba cerca, le faltarían unos centímetros apenas. Lo sé porque lo medía cada tanto, no fuera a ser que me pasara y lo rechazaran por muy grande. Una tarde escuché el sonido de una flauta, del mimby. Me recordaba algo, después supe qué. La había oído una sola vez antes, el último día que vimos al Gringo y que casi lo apedrean frente a la iglesia para que dejara de tocar. Esa tarde la música parecía venir del otro lado del cerco, pero no había nadie. Al mismo tiempo oí ruidos desde el fondo del terreno. Yo al Toto lo tenía en una jaula, con candado y todo. No sé si se soltó él o si me habré olvidado de encerrarlo, pero el Toto venía caminando por el medio del patio, hacia la calle. Traté de pararlo. Y él, que siempre acercaba la cabeza para que se la rascara, me tiró un zarpazo. Parecía otro. Cambiado. Por más que lo llamé, siguió avanzando. Hasta la mi­rada era distinta, otra, no me miraba como siempre. No me animé a moverme porque se lo veía rabioso. El Toto salió al camino. No pude seguirlo. Algo me clavó en el suelo. Él estaba como en medio de esa música que se alejó con él.
Esa noche y otras más tuve pesadillas. Soñé con un cacique, con el Kaingang y su tembetá y mis pájaros embal­samados iban volando detrás de él. Y el Toto que se mi tiraba encima. Enterré a todos los pájaros preparados. Y dejé de comprárselos a los camio­neros que me los traían muertos. Atropellados sin querer, me decían.
Yo aquella tarde supe algo, pero lo supe igual que si me lo hubieran dicho.

                                        

No hay comentarios: