17/1/09

Profecía

Fue como si despertara. Guardó el mimby en el bolsillo. La voz era ronca cuando le pidió agua. El chico le tiró una patada a Mbiguá para sosegarlo. Ahora que con su propia plegaria lo había convertido al Pombero en un ser humano, no era cosa de ponérselo en contra.
Cuando volvió con la jarra, el hombre se había quitado el sombrero. Se lo veía mucho más viejo, su mirada iba de un lado a otro como buscando algo que hubiera perdido, casi igual a un pájaro inquieto. El desconocido tomó la jarra y empezó a beber. Las cejas tupidas, se le unían sobre la nariz. Tenía los ojos hundidos, muy juntos. Se secó la boca con lo que quedaba de manga. Miró a su alrededor atentamente como si tratara de reconocer el lugar. Transcurrió bastante tiempo así. Ramón debió empujar un par de veces al perro –que ya estaba empezando a erizarse de nuevo- y las gallinas regresaron a la sombra de antes, olvidada su ofensa.
De pronto, el visitante sacó algo de un bolsillo del pantalón. Sacudió la mano cerrada.
- ¿Dónde está el tesoro del Intangible, el tesoro del Kaingang? –le preguntó a Ramón.
El chico se encogió de hombros. Ni sabía lo que significaba esa palabra. Para disimular su vergüenza empezó a hacer un pocito en la tierra con la punta del dedo gordo. El hombre siguió agitando la mano como si fuera un cubilete y después arrojó unos palitos sobre la tierra. Eran tres. Empezó a hablar con voz monocorde, señalando el más largo de los segmentos.
- Uno que viene del frío, empujado por el viento, el rocío lo limpió. Padre que abriga, se va el frío de adentro, el frío de afuera se va. Camino largo comenzado cuando todos lo lloran. Hoy nadie sabe quién es. Lejos quedó el agua, las lágrimas se secan, camina y hace. Camina y hace.
Su dedo mugriento se acercó al trocito de madera que había caído paralelo al largo.
- El peregrino está solo. Alguien lo acompañará aunque tarde en seguirlo. Será fuerte el acompañante y aún no lo sabe. Pero él lo empuja por el sendero. El Peregrino lo hará crecer y será su maestro, mas el acompañante no lo sabrá. Y serán como dos en uno hasta que se baste solo. El camino del acompañante se corta después de mucho caminar, aquí (mostró un palillo paralelo al más largo) por muerte de plomo que viene de lejos y el agua la trae. Más otro, el que fue su amigo –señaló el tercer segmento- seguirá por la misma picada. Ha de tomar la carga de los dos anteriores. Su pie es firme porque sabe adónde va. Y cuando llega, el camino se abre como hoja de palma: hay un ser en cada punta de la hoja.
El desconocido se levantó con su mimby ya en la boca y comenzó a modular la canción que lo había anunciado desde lejos. A pesar del pie enfermo, bailó saltando de costado. Dejó caer la cabeza: su cara estaba vuelta por completo hacia arriba. Recién entonces, bajo la luz fortísima, Ramón vio la larga cicatriz perpendicular a la boca que casi le partía el labio inferior.
- El Intangible, el Kaingang, se fue. Se fue su aliento con Kayunikú. Sus guerreros buscaron las piedras verdes y duras que vienen del norte. La más grande les sirvió de tembetá, el símbolo del poder. Se la colocaron en el labio casi partido. La esmeralda, la del labio, brilló a la luz de las antorchas. Empezó a crecer, tapó al Intangible, no se lo vio más. Solo la piedra, lisa como el agua, refulgía. Y vieron pasar por en medio de ella al tapir fuerte y al yaguareté y al venado, todos los animales pasaron y dijeron algo en su lengua, algo que ninguno de los hombres ni de las mujeres entendieron. Rugió el yaguareté, el tamanduá(1) alzó las zarpas y una yarará se deslizó por el centro de la esmeralda. Luego vieron una corzuela y un colibrí y una mariposa amarilla que era el alma del Intangible que se iba con cada uno de los animales. Y cuando los hombres y mujeres dejaron de temer, cuando entendieron esto, la piedra empezó a apagarse Volvió a ser el tembetá incrustado en el labio del jefe muerto y las piedras que eran almohada también se opacaron.
Una gran calma pareció imponerse al hombre. Estuvo quieto, casi dormido, durante un rato. De pronto, el desconocido se puso de rodillas, atrajo a Ramoncito hasta casi rozarlo con su aliento.
- ¿Dónde está enterrado el Kaingang? Los inocentes lo saben, sólo ellos pueden decir dónde está el tembetá maravilloso que asusta.
El desconocido lo sacudió con fuerza. La cicatriz vertical bajo el labio se destacó blanca entre la barba crecida.
Mbiguá quiso saltar sobre el hombre, pero algo lo retuvo. Se lo veía luchar contra una fuerza invisible. Mbiguá gruñía, esta vez, implacable. Avanzó palmo a palmo, con las patas rígidas, trepidando a cada paso su cuerpo amarillo.

(1) Oso hormiguero.

                     

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